Capítulo 4
Aquellos lugares sacaban a Stephan de la realidad. Justo esa noche tuvo uno de esos sueños que, según decía, empezaban a ser recurrentes: Una calle vacía, más bien un callejón, sin apenas iluminación. Sólo la Luna que se podía observar grandiosa en aquel cielo descubierto de Madrid. Las sombras no tenían final y cualquier ruido resaltaba, chocando con las paredes con las que se topaban. Las piedras que construían el camino estaban desgastadas, los establecimientos y casas aledañas parecían llevar tiempo abandonados. Un lugar que recordaba al siglo XVIII o XIX, en sus construcciones. Stephan comenzó a andar por el lugar sin pensárselo dos veces. No había nada que le hiciese pensar que corría peligro. No dejaba de llamarle para que se adentrase en él, a la vez que aquel ambiente lo instaba a salir corriendo.
La oscuridad crecía. Los edificios iban arrinconando cada vez más a Stephan. Oía ruidos, trote de caballos, cajas cayendo al suelo, rompiéndose... El lugar comenzaba a respirar por sí mismo. Delante de él, se presentaban destellos de luz que le sorprendían a cada paso, pero que apenas duraban una milésima de segundo. Los establecimientos parecían abiertos, pero al tiempo abandonados, con alimentos podridos que manchaban el camino. Todo el mundo parecía haber huido de allí. La calle apenas tenía unos treinta metros de largo, pero a medida que caminaba, esa longitud no disminuía. No miraba atrás, no tenía motivos... Sólo se dejaba llevar sin pensar en el por qué o el cómo. Sus ojos se centraron en lo que parecía ser el final de la calle. Los destellos de luz lo rodeaban. Su visión periférica estaba nublada, sólo podía ver que la oscuridad tomaba protagonismo.
Como un fallo en su cabeza, empezaba a ver errores gráficos, como si fuera una televisión antigua, como una gama cromática primaria, a la vez que toda imagen se veía distorsionada y no llegaba a distinguir ya qué era qué. Una silueta lo opacó todo y entonces el sueño terminó.
En cierto modo, no parecía tener importancia para él. Es más, su comentario fue tan detallado que llegué a dudar que fuera un sueño, sino una alucinación o similar. Al terminar de relatar esto sacó una foto de su cartera y me la enseñó: Una familia compuesta por un padre, una madre, una niña pequeña y su hermano mayor.
Stephan me dijo: "Apareció al lado de mi cama y no recuerdo si fui yo que me quedé dormido con ella o qué pasó, pero creo que era una señal, así que lo tomé como una declaración de intenciones". Una para ponerse en marcha e investigar aquellas misteriosas cámaras. Aquella "señal" fue lo que le conminó a hacerlo. Lo preparó todo. Un buen planteamiento era necesario y el cómo hacerlo, aún más.
Aquella mañana se levantó de la cama con atrevimiento e ilusión, sentimientos que hacía tiempo lo habían abandonado. Preparó su habitual café, apuntó en una de sus libretas cada cámara que sería necesaria revisar, compró un mapa de Madrid de tipo A1 y lo colgó en la pared del salón, delante del ordenador. Imprimió fotos de cada lugar, clavando chinchetas en las posiciones de las cámaras, encajando las piezas de ese rompecabezas imposible.
"Aquello fue como estar en una película de suspense, tenía que saber organizar la información y plantear el escenario. Fue un momento de subidón, no sé cómo describirlo, pero mi cuerpo me pedía hacerlo y me sentí bien mientras lo llevaba a cabo. Recuerdo que me quedé mirándolo durante un rato mientras me terminaba el café. Intenté encontrar algo útil en aquel mapa, pero no conseguía nada. Creo que mi ego habló por mí y me dije que había quedado chulo y poco más. Fue un golpe de realidad pero estaba satisfecho, así que no le di importancia y seguí buscando pistas. Tenía que haber un nexo que relacionase los lugares y las catorce cámaras distribuidas por todo Madrid, situadas en sitios claves de la ciudad o con arte de algún tipo. Me puse con los vídeos pregrabados".
El metraje de las grabaciones transcurría. Stephan observaba los detalles, pero era tanta la duración de los mismos que apenas conseguía mantenerse despierto. Nada de importancia: Un parque junto a un bosque, abandonado. Una estatua por la que transitaban personas de todo tipo, calles vacías del centro de la ciudad, etc. Stephan no encontraba nada y pensó que había fallado, que todo aquello era producto de su mente. Estaba cansado y al estar tanto tiempo delante de la pantalla la desilusión comenzó a aflorar. Pero todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Literalmente.
"Creo que la cámara número doce, si mal no recuerdo... Era la del Museo Del Prado. Bien... Pues estaba enfocada directamente a un cuadro, quiero decir, no era el único al que enfocaba, pero era el que más llamaba la atención. Todo lo demás parecía borroso. Estaba revisando esa cámara porque recuerdo que ese cuadro me gustó. Actué por instinto y lo miré. Era un cuadro sobre un hombre y un niño. Algo oscuro: El hombre estaba comiéndose al niño... Me quedé dormido encima de la mesa y al despertar vi ese cuadro, pero era muy real. Quiero decir, que el hombre se estaba comiendo al niño de verdad. Me asusté y cerré todas las pantallas de golpe. Perdí gran parte del trabajo de esa noche, pero me hizo irme a la cama a descansar, que lo necesitaba... Tenía que terminar con eso y me quedaba mucho por revisar".
Pero Stephan no podía dormir. Al cerrar los ojos no cesaba la imaginación. La naturaleza de aquellos lugares observados. Así que, como un adicto, volvió a ponerse manos a la obra. Quiero matizar que Stephan mantuvo la calma y no se echó atrás en ningún momento. Afrontó ese cansancio emocional de la forma que consideró adecuada, pese a no resultar nada fácil.
Escrito por: Daniel Álvaro Nogales.
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